OPERACIÓN REDIMENSIONAMIENTO / OJO ADVENTISTA.
La mayoria de los articulos de "Estatologico" estan siendo transferidos a dos nuevas secciones de Ojo Adventista: OPINIONES del MUNDO y NUEVO ORDEN MUNDIAL.

jueves, 25 de junio de 2009

El mundo que se viene. Por Tomás Abraham

Vivimos una época que ha conocido dos enormes crisis planetarias. En el año 1989 se derrumba una concepción del Estado y de la sociedad. Veinte años después, cae el mercado financiero. Sobre el sentido que acarrea esta última crisis todo está por decirse, y lo que se dice no deja de terminar en puntos suspensivos.

Con la caída del Muro hubo quienes lo vieron como el inicio de su integración al universo de la democracia. Muchos que habían apoyado a dictaduras criminales, los que estuvieron del lado de quienes alentaron invasiones a países que no respondieran a los intereses de las grandes corporaciones, y a favor de la acción de infiltración para derrocar a gobiernos populares, se sintieron en condiciones de abandonar sus cruzadas en defensa de Occidente. La Guerra Fría había terminado con el reconocimiento del fracaso de uno de los sistemas.

Ya no tenía sentido justificar por cualquier medio la defensa de los valores del individuo y de la libertad. El peligro comunista desaparecía. Fue el momento en que el anuncio del fin de la historia se ponía de moda.

Durante casi dos décadas, un discurso calificado como “único” tuvo la hegemonía en las cuestiones económicas. La tercera vía se presentó en escena para proponer reflexionar sobre un nuevo modelo dado el fracaso de las políticas neoliberales y de una socialdemocracia basada en un Estado de Bienestar ya insostenible.

Después del ’89 el socialismo pretendió adaptarse a la globalización y a los cambios en la tecnología, con un discurso que rescatara sus principios morales y sociales, y que fuera funcional a un mundo en expansión ilimitada y transformación continua.

La política de Bush dejó totalmente de lado las tibias aspiraciones de la tercera vía y aceleró la dinámica de los mercados desregulados.

Nadie previó el derrumbe del ’89 y menos aún el de 2008. Por supuesto que había señales de alarma, siempre las hay en el mundo de la interpretación infinita. Pero los visionarios de lo que vendrá, y efectivamente ocurrió, se perdieron en la muchedumbre de otros visionarios versados en un saber conjetural que no es una ciencia basada en predicciones ni en certezas demostradas.

La crisis de las hipotecas es la crisis de un paradigma crediticio y de una política financiera. El mundo creció durante años a tasas difícilmente homologables. La economía norteamericana aceleró su dinamismo y creó un estímulo tras otro para que todos se endeudaran y canalizó los flujos de capital hacia el mercado inmobiliario y la compra de acciones.

Estableció una tasa de interés mínima que abarató el crédito y fomentó la inversión hacia fondos especulativos. Los EE.UU. asociaron su política a la de China, y solventaron su déficit creciente con capitales de todo el mundo y la compra de sus bonos federales. China producía y los norteamericanos consumían, y la economía que concentra la cuarta parte de la riqueza mundial, junto a su asociado asiático en impresionante crecimiento, ponía en movimiento al resto del planeta.

El 30 de abril de este año, se reunieron en el Museo Metropolitano de Nueva York economistas de renombre, a propósito de un simposio de economía organizado por la New York Review. Fueron convocados Paul Krugman, George Soros, Jeff Madrick y Niall Ferguson, entre otros.

Ninguno de ellos se muestra optimista. Las soluciones que proponen desde perspectivas distintas están llenas de dudas. Admiten su desorientación. La palabra “apalancamiento” (leverage) es usada varias veces para describir un funcionamiento financiero a base de deuda futura que, según reconocen, produjo mucho daño.

No se ponen de acuerdo acerca de cuánto keynesianismo está en juego. Recuerdan que Keynes escribió su texto de referencia general en 1936, siete años después del desencadenamiento de la crisis. Ven en el gobierno de Obama una acción a dos puntas. Una es la inyección de ingentes cantidades de dinero con el fin de restablecer el crédito para que la recuperación no sea tan lenta y los efectos tan devastadores como los de la crisis del ’29. No consideran ajena a la misma el acceso al poder de los gobiernos fascistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Ninguno quiere siquiera pensar que la crisis actual pueda dar lugar a nuevas formas de autoritarismo y a conflictos mundiales.

Por otro lado, el gobierno de Obama estimula una política de grandes inversiones. Con la monetización forzada de la economía vía emisión y la asunción de obras de infraestructura por el Estado, más el salvataje de corporaciones financieras e industriales, el déficit de los EE.UU. está cerca del 17% de su PBI.

Los economistas convocados hablan de trillones y billones destinados a un mercado paralizado. Las acciones bursátiles no valen nada, y los recuperos se deben a maniobras especulativas de corto alcance. El estímulo a la demanda no parece funcionar. Es normal que en una época como ésta los individuos teman al crédito y se inclinen por el ahorro. El mañana es temible.

Los inversores tampoco quieren arriesgar y no van más allá de pretender recuperar su capacidad instalada. El Estado se dispone a asumir por el momento el rol que los privados deberían cumplir. No deja de disiparse el fantasma de la deflación de precios, y una posterior estanflación.

Soros insiste en que los mercados financieros deben estar regulados. Ferguson no cree en las políticas de estatización ni en que la conducción de la economía deba estar en manos del Estado. Para él, la salida de la crisis depende de los avances tecnológicos y del incremento de la productividad que históricamente, sostiene, es impulsado por los capitales privados.

Krugman cree que el Estado debe cumplir un rol activo y tomar la iniciativa de la inversión sin temerle en exceso al gasto. Pero reconoce que el público norteamericano sólo volverá a gastar si el gobierno le despierta confianza.

La emisión de deuda futura, y el uso de los dineros públicos para incentivar un mercado de trabajo deteriorado por el aumento de la desocupación y para compensar la desfinanciación de las fuerzas productivas tendrá efectos positivos si los ciudadanos norteamericanos confían en la eficiencia y la honestidad de su gobierno.

Krugman estima que Obama es el que está en las mejores condiciones para concitar tal credibilidad. Pero la bruma no se disipa.

Ante una realidad así, los agoreros del fin del capitalismo sienten que llegó su hora. Aún no se sabe muy bien para qué. Hay proyecciones de todo tipo. Utopías de “lo pequeño es hermoso”, de la fundación de una sociedad basada en la vida simple y solidaria de pueblos con espíritu cooperativo, la celebración de la nueva unión del Estado con los pueblos largamente desplazados por la ilimitada codicia del capital, la voluntad de poner la piedra basal de un nuevo modelo de sociedad que resulte de necesarias mutaciones culturales y, además, el deseo de un cambio drástico de una civilización que erró su camino hace siglos; todo indica que ésta es una época fértil para los anunciantes de una nueva aurora.


Fuente: Perfil.com
Autor: Tomás Abraham (Rumania, 1947-) es un filósofo y escritor argentino. Los padres de Tomás Abraham emigraron a la Argentina en 1948. Estudia Universidad de la Sorbona, Paris. Fue alumno de Michel Foucault —al cual considera su mayor influencia— y participó en 1968 del Mayo Francés. Autor de 17 libros, el ultimo "El Presente Absoluto" (2007).

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domingo, 21 de junio de 2009

Europa gira a la derecha. Por James Neilson

Cuando para desconcierto de casi todos el sistema financiero internacional pareció estar por suicidarse y llevar consigo al más allá grandes trozos de la “economía real”, en el mundo entero pensadores progresistas se pusieron a festejar la muerte del capitalismo salvaje y su pronto reemplazo por un esquema que a su entender sería mucho más humano. Dieron por descontado que la gente se alzaría en rebelión contra un orden a su juicio irremediablemente podrido, encolumnándose detrás de aquellos políticos que le había advertido sobre el destino atroz que le esperaría si confiaba demasiado en las promesas engañosas de los comprometidos con la quimera “neoliberal”.

Pareció darles la razón el desenlace de las elecciones presidenciales norteamericanas del año pasado: Barack Obama debió su triunfo en buena medida al cataclismo financiero que tanto contribuyó a desprestigiar a republicanos como su rival John McCain. Puede entenderse, pues, el asombro que sienten los izquierdistas ante los resultados de los comicios europeos. En todos los países grandes, y en la mayoría de los chicos, se impusieron los conservadores, mientras que algunas agrupaciones sindicadas como ultraderechistas consiguieron abrirse lugar. También pudieron felicitarse por su éxito los verdes que, pensándolo bien, son a su modo particular los más conservadores de todos.

Para los izquierdistas ortodoxos que se enorgullecen de sus certidumbres contundentes y que, como es lógico, creyeron tener buenos motivos para suponer que les beneficiaría la crisis penosa del capitalismo, los resultados fueron un balde de agua fría. Si bien lograron asustar a muchos hablando del “fin del capitalismo” o, por lo menos, de su avatar más reciente, al sembrar la idea de que en adelante todo sería distinto ayudaron a crear un clima que no les favorecería en absoluto. Lejos de sentir entusiasmo por las “soluciones” propuestas por los socialdemócratas o los neocomunistas, la mayoría las han tomado por una amenaza.

Aqué se debió el triunfo de los conservadores? En parte a que en tiempos de zozobra económica escasean los dispuestos a arriesgarse optando por partidos que quisieran emprender reformas drásticas de eficacia dudosa que, para más señas, ya se habían ensayado con resultados decepcionantes. Con razón o sin ella, cuando del manejo de la economía se trata, hoy en día la mayoría propende a confiar más en los conservadores que le parecen más serios, menos propensos a dejarse seducir por fantasías voluntaristas anticuadas. Fue a buen seguro por esta razón que tantos italianos eligieron pasar por alto la conducta de su primer ministro Silvio Berlusconi –que en vísperas de las elecciones se las arregló para protagonizar un escándalo mucho más llamativo que el de Perón con las chicas de la UES al rodearse de jóvenes desvestidas–, lo que permitió a su partido y a sus aliados de la Liga Norte aventajar por un margen cómodo a la alicaída izquierda peninsular.

Otro factor, acaso el más importante, tiene que ver con la brecha que en la mayor parte de Europa se ha abierto entre las elites políticas, económicas y, sobre todo, culturales, por un lado y, por el otro, los demás habitantes del bien llamado Viejo Continente. Desde hace varias décadas, las universidades y medios de difusión europeos están dominados por progresistas que, con la ayuda entusiasta de una generación de políticos, han procurado extirpar las tradiciones nacionales de sus países respectivos por creerlas responsables de una serie de catástrofes históricas, entre ellas el surgimiento del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, sin preocuparse en absoluto por los sentimientos mayoritarios. La consecuencia más notable de los esfuerzos por purgar Europa de sus males ancestrales ha sido la llegada de decenas de millones de inmigrantes procedentes del Tercer Mundo, en especial de los países musulmanes, que, lejos de querer asimilarse, parecen resueltos a obligar, por las buenas o por las malas, a sus anfitriones a modificar radicalmente su propio estilo de vida.

Para las elites, el “multiculturalismo” y la “diversidad” resultante han servido para enriquecer a Europa, para hacerla más vibrante, menos gris. Asimismo, sus voceros han señalado una y otra vez que si los europeos se resisten a producir hijos en cantidades adecuadas, hay que llenar el vacío importando jóvenes de otra latitudes. Pero para muchos nativos, la decisión de estimular la inmigración masiva sin consultarlos antes está detrás de una invasión ajena nada agradable que los ha hecho sentir como extranjeros indeseados en sus propios barrios. Se creen víctimas de un experimento maligno emprendido por intelectuales cosmopolitas altaneros que, haciendo gala del desprecio que sienten por sus compatriotas menos esclarecidos, los han echado en una mezcladora multicultural.

Puede que sean lamentables las manifestaciones de xenofobia de quienes añoran el estilo de vida monocromático de otros tiempos, pero son innegablemente naturales. ¿Cómo reaccionarían los habitantes de La Matanza, digamos, si, sin que nadie les pidiera permiso, se vieran forzados a convivir con medio millón de somalíes que no ocultaran su odio por las costumbres argentinas? En todos los países de Europa, han proliferado últimamente las protestas contra el intento de atenuar los problemas ocasionados por el envejecimiento de poblaciones que son reacias a reproducirse abriendo las puertas a inmigrantes cuyas formas de pensar son, en opinión de muchos, incompatibles con las tradiciones locales. Como no pudo ser de otra manera, la crisis económica, y la sensación difundida de que será imposible recuperar la prosperidad de apenas medio año atrás, ha ampliado las grietas que separan a los distintos grupos étnicos y religiosos.

En Holanda, el partido de Geert Wilders que en nombre de los principios básicos de la Ilustración se opone con virulencia a la presencia creciente del Islam en su país, logró el 17 por ciento de los votos y sobre la base de ellos, cuatro de los 25 escaños de su país. Si es “ultraderechista” sentirse amenazado por el conservadurismo extremo de los islamistas, Wilders se ubica bien a la derecha del mapa político, pero conforme a las pautas que regían antes de iniciarse la era de “la corrección política” al uso europeo, su postura es bastante moderada. No puede decirse lo mismo del Partido Nacional Británico, un grupo de matones racistas de simpatías hitlerianas, que para horror del grueso de sus compatriotas consiguió un par de escaños en el parlamento europeo, lo que les supondrá una inyección muy útil de dinero.

Aunque sigue siendo una agrupación muy minoritaria que debió su éxito al uso del sistema electoral poco británico de la representación proporcional, el PNB supo aprovechar el malestar que sienten los blancos pobres, casi todos ex laboristas, y algunos de la clase media acomodada, por la transformación de partes de sus ciudades en copias fieles de aldeas paquistaníes. Les molesta mucho que, por su propia seguridad, hasta mujeres inglesas tengan que cubrir la cara cuando salen de compras y que en las calles abunden fanáticos exóticamente ataviados que predican la guerra santa contra quienes en teoría son sus compatriotas británicos. También benefició al PNB el desprestigio del establishment político, sobre todo la vertiente laborista, debido a la revelación poco antes de las elecciones de que casi todos los parlamentarios habían engordado sus ingresos embolsando cantidades jugosas de dinero supuestamente para viáticos y otros gastos.

La combinación de inseguridad económica y el temor producido por la irrupción de millones de musulmanes, incluyendo a algunos que son muy pero muy combativos, está detrás del “giro hacia la derecha” que han dado últimamente los británicos, alemanes, franceses, italianos, españoles, polacos y otros. Se trata de su forma de atrincherarse para enfrentar mejor un futuro que les parece ominoso. Dadas las circunstancias, el malestar que se ha propagado por Europa puede entenderse. Merced a la negativa a procrearse de tantos alemanes, italianos, españoles, griegos, letones, etcétera, los sistemas provisionales relativamente generosos de la UE no tardarán en compartir la suerte de los argentinos.

Por lo demás, la mayoría presiente que la reconfortante noción progre de que las convulsiones económicas actuales servirán para que el “capitalismo salvaje” denunciado por los socialdemócratas y quienes están a su izquierda se vea sucedido por algo muchísimo más benigno es sólo una ilusión, ya que países como Alemania que apostaron todo a la industria manufacturera tendrán que enfrentar la competencia cada vez más brutal de China y la India. Otro motivo de malestar es que nadie parece entender muy bien cómo funcionan las economías modernas en que actividades misteriosas y al parecer grotescamente improductivas, como las vinculadas con las finanzas y los servicios, constituyen el motor principal del crecimiento: a muchos les parece sólo un truco, un castillo de naipes que un día se desplomará depositando a millones en la miseria. Como tantos otros, los europeos del montón sienten vértigo en un mundo que a su juicio se ha hecho insoportablemente complicado y peligroso: puede que en los años próximos nos deparen sorpresas que sean decididamente mayores, y más alarmantes, que las supuestas por los resultados electorales más recientes.


Fuente: Revista Noticias
Autor: James Neilson (Inglaterra, 1940-) escritor y periodista inglés. Es hijo de padre escocés y madre anglo argentina. Se radicó en la Argentina en 1966. Fue columnista y, desde 1979 hasta 1986, director del Buenos Aires Herald. Después, dirigió por un tiempo el diario Río Negro, del cual sigue siendo editorialista y columnista. También escribe para Noticias y Página/12. ha escrito para El País de Madrid, The Observer, The Sunday Times y Encounter de Londres. Autor de "La vorágine argentina"(1979), "Los hijos de Ariel" (1985) y "El fin de la quimera" (1991).

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miércoles, 17 de junio de 2009

¿Estamos realmente ante el fin del neoliberalismo? Por David Harvey

¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.

Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.

Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericana. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.

Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.

Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.

Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado

Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.

Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.

Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.

Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.

La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.

Las crisis de los valores de los activos

Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada vez más ricos a causa de la represión salarial. La historia que se nos contó es que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa. Así se generaron las burbujas en los mercados de valores. Es un sistema análogo al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff. Los ricos pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y propiedades de ocio, así como en el mercado de arte. Esas inversiones traen consigo financiarización. Pero, a medida que pujas por valores de activos, eso repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen. Y lo que tenemos ahora es un colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado, el mercado de valores se ha desplomado.

Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad. La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos 20 o 30 años. Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se refleja en la tasa de interés, descontada a futuro. Este crecimiento del área financiera luego de los 70 tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista. Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla en expansión. Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que expandirse. En un artículo que escribía para la New Left Review, “El derecho a la ciudad”, señalaba yo que en los últimos 30 años un inmenso volumen de excedente de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansión y la especulación urbanas. Todas y cada una de las ciudades que he visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la absorción de excedente capitalista. Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos proyectos han quedado a medio hacer.

Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más problemático con el tiempo. En 1750, el valor del total de bienes y servicios producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes). Hacia 1950, era de 4 billones de dólares. En 2000, se acercaba a los 40 billones. Ahora ronda los 50 billones. Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos 20 años, hasta alcanzar los 100 billones en 2030.

A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de crecimiento ha rondado el 2,5% anual, sobre base compuesta. Eso significaría que en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares. Es un orden de magnitud muy elevado. Yo creo que ha habido un serio problema, particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más grandes de excedente en la producción real. Sólo una parte cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos. Son todas crisis de valores de activos.

Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos encontraríamos con un montón de problemas endemoniados. El capitalismo se enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de mercado y de rentabilidad. El reciente giro hacia la financiarización es un giro forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones periódicas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios billones de dólares de valores de activos.

El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones. Y sólo les están salvando a ellos. El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias que están siendo hipotecariamente ejecutadas, lo que está comenzado a provocar cólera. Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para comprar otros bancos. Están consolidando su poder de clase.

El colapso del crédito

El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la financiarización como solución de la crisis del mercado. Por consecuencia, veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el regreso a un modelo económico keynesiano. El programa económico de Obama consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal. Yo soy escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.

Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo de relaciones en torno al Estado y las finanzas. Necesitamos comprender el modo en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo, vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción). En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, el acuerdo con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital financiero, a fin de reconstruir París. Eso generó pleno empleo y los bulevares, los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de mecanismos se construyó también el Canal de Suez. Una buena parte de todo eso se financió con deuda. Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los mercados especulativos, etc. Se ha creado una nueva arquitectura financiera.

Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que ellos están buscando una nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el pueblo trabajador, sino para la clase capitalista. En mi opinión, están en vías de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer! La única cosa que les preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión. Y mientras esperamos a rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses de clase. Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera. Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York, se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, pieza aquí, pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron con una construcción de nueva planta. Mas, cualquiera sea la solución a la que lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos a decir que queremos algo a nuestra medida. Las gentes como nosotros podemos desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo. También, claro está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.

Alternativas

Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad. Tenemos que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la humanidad. El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la gente. Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente capitalista. Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para siempre al problema del 3% de acumulación. Nos hallamos ahora en un punto en el que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.

El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de un modo productivo y rentable. En mi opinión, los movimientos sociales tienen que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto excedente. Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que teníamos en los 60, me parece fuera de duda que entonces había un control social y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del excedente. El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de escuelas, hospitales e infraestructura. Eso es lo que sacó de sus casillas a la clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los 60: no tenían control bastante sobre el excedente. Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles, se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior socialización del excedente. También lograron transformar la palabra “gobierno” en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde contratistas privados muñeron implacablemente las ubres del beneficio fácil.

Creo que estamos aproados a una crisis de legitimación. En los pasados treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher, según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra. Yo creo que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las personas que pierden su vivienda. Puedes acusar a los desahuciados de irresponsabilidad, y en los EEUU no deja de haber un componente fuertemente racista en esa acusación. Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta: “¿pues qué esperabais? Los negros son gente irresponsable”. Las explicaciones de la crisis dilectas de la derecha son en términos de codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la gente que pidió prestado para comprarse una vivienda. Lo que tratan es de cargar la culpa de la crisis a sus víctimas. Una de nuestras tareas consiste en decir: “no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una explicación cogente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por otra estructura aún más profunda de explotación. Es muy importante que esta explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.

Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de la vivienda, una vez comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena parte del parque de viviendas, puesto que desde los años 30 hemos tenido enormes presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los derechos y la posición de la gente. Tenemos que socializar y recapitalizar la educación y la asistencia sanitaria públicas, a demás de la provisión de vivienda. Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno con la banca.

Una política radical, más allá de las divisiones de clase

Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo. Y eso por una razón muy sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la cosa. Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en primera línea de esta lucha. El trabajo ha estado en primera línea en el mercado de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que le trabajo sólo parcialmente ha estado presente.

Por ejemplo, en los EEUU de los años 30 hubo un montón de populistas que apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde. Y actualmente, muchas de las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que obrera. El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante a jugar, pero no creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión convencional de proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda, cuando la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central de la acumulación de capital) es el asunto fundamental. Puede haber épocas y lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en cambio, no veo en nuestro país. Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no del mismo modo. Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto, de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.

También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las transformaciones políticas. Yo creo que están locos. En el Estado radica un poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de importancia. Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual las o­nG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo; no porque las o­nG no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la crisis principal que está en curso. En los EEUU, el instinto político es muy anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.

No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es palmario que serán distintos en las distintas partes del mundo. Ahora mismo, en los EEUU, hay signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años, están enojados y pueden radicalizarse un poco. Mucha gente ha sido despedida de los servicios financieros, y en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus hipotecas. Los productores culturales están tomando consciencia de la naturaleza de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años 60 las escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que descartar la reaparición de algo análogo. Podríamos ver el auge de organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.

Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.

Dicho esto, me gustaría proponeros algunas ideas. Una idea interesante en los EEUU ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas anti-desahucio. Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no lo hacen.

Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos. Yo creo que los derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de qué ciudadanía o nacionalidad tengáis. Actualmente, se está negando a la gente todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía. Si eres inmigrante, careces de derechos. Creo que hay que lanzar luchas en torno a los derechos a la ciudad. En la Constitución brasileña tienen una cláusula de “derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y procedimientos presupuestarios. Creo que de todo eso podría resultar una política.

Reconfiguración de la urbanización

Hay en los EEUU posibilidades de actuación a escala local, con una larga tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno federal. Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de estímulos). Obama ha dejado dicho que ésta es una de las cosas que más le preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime. Como vengo sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desahucios han de entenderse como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la urbanización.

Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad. Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico. Por ejemplo: yo no veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más descentralizados de empleo.

Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los EEUU deberíamos crear un banco nacional de re-desarrollo y, de los 700 mil millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabajara con los municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desahucios. Porque los desahucios han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos: han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o hispánicas. Pues bien; entras en esos vecindarios y les devuelves a la gente que vivía allí y les reubicas sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y con un tipo distinto de financiación. Y hay que hacer verdes esos barrios, creando allí oportunidades de empleo local.

Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización. Para hacer algo en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar. Hay un montón de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos oportunidades reales. Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos marxistas que parecen pensar: “¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”. No es éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse problemas. Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no está exento de dificultades. Los marxistas no comprenden muy bien el complejo Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de entender eso. Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y nuestras posibilidades políticas.

Así que, tanto como la acción práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.


Fuente: Urgente24.com
Autor: David Harvey (Inglaterra, 1935-) es un prestigioso geógrafo y urbanista inglés y uno de los intelectuales de la izquierda norteamericana. Actualmente es profesor de antropologia en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics. Es uno de los geógrafos académicos más citados, autor de numerosos artículos y libros de gran influencia en el desarrollo de la geografía moderna y la dinámica espacial del capitalismo. Ha escrito un "La condicion de la postmodernidad" considerada por el London Independent como una de los 50 libros no-ficción mas importantes desde 1945. Uno de sus trabajos más recientes es "A Brief History of Neoliberalism'"(2005), donde examina la teoría y la practica del neoliberalismo desde mediados de los años '70. Él considera que el neoliberalismo fue una respuesta a la crisis de acumulación sufrida por el capitalismo en los años '70, y tuvo éxito en incrementar el capital y el poder de los estratos altos de la sociedad, pero ha ampliado la brecha entre estos y las mayorías empobrecidas, reimplantando la lucha de clases.
Fotografia: El Neoliberalismo guiando al pueblo. Diseñados por César Pérez Navarro

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sábado, 13 de junio de 2009

Goodbye, GM... Adiós, General Motors. Por Michael Moore

Escribo esto en la mañana del fin de la otrora poderosa General Motors. Al mediodía, el presidente de Estados Unidos lo hará oficial: General Motors, como la conocemos, ha terminado.

Sentado aquí en la ciudad natal de GM, Flint, Michigan, estoy rodeado de amigos y familiares llenos de ansiedad por lo que pasará con ellos y con la ciudad. Cuarenta por ciento de los hogares y negocios de la localidad han sido abandonados. Imagine el lector lo que sería vivir en una ciudad donde casi todas las demás casas estuvieran vacías. ¿Cuál sería su estado de ánimo?

Es una triste ironía que la compañía que inventó la obsolescencia planeada –la decisión de construir automóviles que se cayeran en pedazos en unos cuantos años para que el cliente tuviera que comprar otro coche– ahora se haya vuelto obsoleta. Se negó a fabricar los automóviles que el público quería, que tuvieran gran rendimiento de gasolina, que fueran lo más seguros posible y extremadamente cómodos de manejar. Ah, y que no comenzaran a desmoronarse en unos años.

GM se empeñó en combatir las reglamentaciones ambientales y de seguridad. Sus ejecutivos desdeñaban con arrogancia los inferiores autos japoneses y alemanes, los cuales llegarían a ser el patrón oro de los compradores de coches. Y estaba empecinada en castigar a su fuerza de trabajo sindicalizada, despidiendo a miles de trabajadores por ninguna otra razón que mejorar el estado de resultados a corto plazo de la corporación. De 1980 en adelante, cuando reportaba utilidades sin precedente, trasladó incontables puestos de trabajo a México y otros lugares, con lo que destruyó la vida de decenas de miles de esforzados estadounidenses. La patente estupidez de esta política radicaba en que, al eliminar el ingreso de tantas familias de clase media, ¿quién creían que iba a poder comprar sus automóviles? La historia registrará este yerro en la misma forma en que hoy recuerda a los franceses que construyeron la Línea Maginot o a los romanos que envenenaron inadvertidamente su sistema de agua al incorporar plomo letal a sus tuberías.

Aquí estamos, pues, en el lecho de muerte de General Motors. El cuerpo de la empresa aún no está frío y descubro que me siento rebosante de –me atrevo a decir– júbilo. No es el júbilo de la venganza contra una corporación que arruinó mi ciudad natal, que dejó sin hogar a la gente con la que crecí y le trajo miseria, divorcios, alcoholismo, desamparo, debilidad física y mental y drogadicción. Tampoco, obviamente, me alegra saber que otros 21 mil trabajadores de GM recibirán la noticia de que también ellos se han quedado sin empleo. Pero ustedes y nosotros y el resto de los estadounidenses ¡ahora somos dueños de una empresa automotriz!

Lo sé, lo sé... ¿quién diablos quiere manejar una fábrica de autos? ¿Quién de nosotros quiere que 50 mil millones de dólares de nuestros impuestos se arrojen al agujero de ratas que será este nuevo intento de rescate de GM? Digámoslo con claridad: la única forma de salvar a la empresa es darle muerte.

Sin embargo, salvar nuestra preciosa infraestructura industrial es otra cosa, y debemos darle máxima prioridad. Si dejamos que cierren y desmantelen nuestras plantas, lamentaremos amargamente su desaparición cuando caigamos en cuenta de que esas fábricas podrían haber construido los sistemas de energía alternativa que necesitamos con desesperación. Y cuando reparemos en que la mejor forma de transportarnos es con ferrovías ligeras, trenes balas y autobuses más limpios, ¿cómo podremos construirlos si permitimos que desaparezca nuestra capacidad industrial y su fuerza de trabajo capacitada?

Así pues, ahora que el gobierno federal y el tribunal de quiebras reorganizan a General Motors, he aquí el plan que pido al presidente Barack Obama que ponga en práctica para bien de los trabajadores, de las comunidades de GM y de la nación en su conjunto. Hace 20 años, cuando hice Roger & Me, traté de advertir a la gente sobre lo que le esperaba a General Motors. Si la estructura del poder y la tecnocracia hubiera escuchado, tal vez mucho de esto se habría podido evitar. Con base en mi trayectoria, solicito que se preste honrada y sincera consideración a las sugerencias siguientes:

1. Así como hizo el presidente Roosevelt después del ataque a Pearl Harbor, Obama debe decir a la nación que estamos en guerra y que debemos convertir de inmediato nuestras fábricas de automóviles en instalaciones que construyan vehículos de transporte en masa y dispositivos de energía alternativa. En 1942, en Flint, en cuestión de meses GM detuvo toda la producción de autos y de inmediato usó las líneas de producción para construir aviones, tanques y ametralladoras. La conversión se realizó en un abrir y cerrar de ojos. Todo el mundo participó. Los fascistas fueron derrotados.

Ahora estamos en una guerra diferente, la que hemos emprendido contra el ecosistema, guiados por nuestros líderes. Esta guerra tiene dos frentes. Uno tiene su cuartel general en Detroit. Los productos construidos en las fábricas de GM, Ford y Chrysler son algunas de las mayores armas de destrucción en masa, causantes del calentamiento global y del derretimiento de nuestros casquetes polares. Puede que esos objetos que llamamos carros sean divertidos de manejar, pero son como un millón de dagas en el corazón de la madre naturaleza. Continuar construyéndolos sólo conducirá a la ruina de nuestra especie y de gran parte del planeta.

El otro frente en esta guerra ha sido abierto por las compañías petroleras contra ustedes y yo. Están dedicadas a esquilmarnos todo lo que pueden, y han sido irrefrenables vendedoras de la finita cantidad de petróleo que se ubica bajo la superficie de la tierra. Saben que la están chupando hasta dejarla seca. Y como los magnates madereros de principios del siglo XX, a quienes les importaban un cacahuete las generaciones futuras y arrasaban con cuanto bosque cayera en sus manos, estos barones del petróleo no dirán al público lo que saben que es verdad: que queda sólo crudo utilizable para unas cuantas décadas más en el planeta. Y conforme los días finales del petróleo se acercan, prepárense para ver a algunas personas muy desesperadas, dispuestas a matar o morir por un litro de gasolina.

El presidente Obama, ahora que ha asumido el control de GM, necesita convertir de inmediato las fábricas a los nuevos usos necesarios.

2. No pongan otros 30 mil millones de dólares en las arcas de GM para fabricar automóviles. Usen ese dinero para mantener empleada a la actual fuerza de trabajo –y a la mayoría de los que han sido despedidos– para que pueda construir los nuevos modos de transporte del siglo XXI. Que el trabajo de conversión empiece ahora mismo.

3. Anuncien que en los próximos cinco años tendremos trenes balas cruzando el país. Japón celebra este año el aniversario 45 de su primer tren bala; ahora tiene docenas. Velocidad promedio: 265 kilómetros por hora. Tiempo de demora promedio: 30 segundos. Ellos llevan ya casi cinco décadas con esos trenes de alta velocidad... ¡y nosotros no tenemos uno solo! Es criminal que ya exista la tecnología para ir de Nueva York a Los Ángeles en 17 horas, y que no la hayamos usado. Contratemos a los desempleados para que construyan las nuevas vías de alta velocidad por todo el país. De Chicago a Detroit en menos de dos horas. De Miami a Washington en menos de siete. De Denver a Dallas en cinco y media. Se puede hacer, y hacerse ya.

4. Emprendan un programa para poner líneas de tren ligero masivo en todas nuestras ciudades grandes y medianas. Construyan esos trenes en las fábricas de GM. Y contraten pobladores locales en todas partes para instalar y operar este sistema.

5. Para los habitantes de zonas rurales que no sean atendidos por los trenes, que las plantas de GM produzcan autobuses limpios y eficientes en el uso de energía.

6. Por el momento, que algunas fábricas construyan vehículos híbridos o eléctricos (y baterías). Llevará algunos años que la gente se acostumbre a las nuevas formas de transporte, así que si vamos a tener automóviles, que sean más amables. Podemos construirlos el mes próximo (no le crean a quien les diga que llevaría años reacondicionar esas fábricas: no es cierto).

7. Transformen algunas de las fábricas vacías de GM en instalaciones que construyan molinos de viento, paneles solares y otros medios de energía alternativa. Ahora mismo necesitamos decenas de millones de paneles. Y existe una fuerza de trabajo capacitada y dispuesta que puede construirlos.

8. Concedan incentivos fiscales a quienes se transporten en automóvil híbrido o en autobús o tren. También, créditos para quienes conviertan su hogar a energía alternativa.

9. Para contribuir a sufragar esto, impongan un gravamen de dos dólares por cada litro de gasolina. Esto impulsará a las personas a cambiar hacia autos ahorradores de energía o a utilizar las nuevas líneas de tren que las antiguas empresas automotrices han construido para ellas.

Bueno, es un principio. Por favor, por favor, no salven a GM para que una versión más pequeña de ella no haga otra cosa que construir Chevys o Cadillacs. Eso no es solución a largo plazo. No tiren dinero bueno en una compañía cuyo tubo de escape funciona mal y llena el auto de un olor extraño. Este año se cumple un siglo de que los fundadores de General Motors convencieron al mundo de renunciar a sus caballos, sus sillas y sus carruajes para probar un nuevo modo de transporte. Ahora es tiempo de que digamos adiós al motor de combustión interna. Parece habernos servido bien durante largo rato. Disfrutamos los restaurantes de servicio en el auto. Nos divertimos en el asiento delantero y también en el trasero. Vimos películas en grandes pantallas al aire libre, fuimos a las carreras en pistas de todo el país, y echamos nuestra primera ojeada al Pacífico desde la ventanilla por la autopista costera. Y ahora, ya acabó. Es un nuevo día y un nuevo siglo. El presidente –y el sindicato de trabajadores automotrices– deben aprovechar el momento y crear una gran jarra de limonada con este limón* tan amargo y triste.

Ayer, la última persona sobreviviente del desastre del Titanic pasó a mejor vida. Escapó a una muerte segura esa noche y vivió otros 97 años. Del mismo modo, podemos sobrevivir a nuestro Titanic en todos los Flints, Michigan, de este país. Sesenta por ciento de GM es nuestro. Creo que podemos darle un mejor empleo.

* En lenguaje informal, los estadounidenses llaman lemon a cualquier objeto inservible, por ejemplo, un automóvil (T.)


Fuente: MichaelMoore.com
Traduccion: Jorge Anaya / La Jornada UNAM México
Autor: Michael Moore, nació el 23 de abril de 1954 en Davison, un suburbio de Flint (Míchigan). Es un cineasta documentalista y escritor estadounidense conocido por su postura progresista y su visión crítica hacia la globalización, las grandes corporaciones, la violencia armada, la invasión a Iraq y a otros países y las políticas del gobierno de George W. Bush y sus antecesores. Ganador del Oscar de Hollywood y la Palma de Oro de Cannes. Ha dirigido y producido Roger & Me, Bowling for Columbine, Fahrenheit 9 / 11 y Sicko. También ha escrito siete libros, más recientemente, Mike's Guía Elección de 2008.

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miércoles, 10 de junio de 2009

¿Retoños verdes o hierba amarillenta?... la crisis no acabó. Por Nouriel Roubini

Nouriel Roubini, profesor de la escuela de negocios Stern School of Business, New York University, y director de RGE Monitor, anticipó la gran crisis global. Desde entonces, algunos lo acusan de intentar mantener su éxito en base a nuevos apocalipsis. Sin embargo, las observaciones de Roubini siguen siendo muy interesantes, fundamentadas y a menudo acertadas. Ahora él advierte sobre 'los brotes verdes', la figura que los optimistas utilizan para intentar encontrar datos que ayuden a consolidar la idea de que 'lo peor ya pasó'. Para Roubini hay mucho de exageración en el aún moderado optimismo. Él insiste en la necesidad de correcciones estructurales que, por ejemplo, USA se niega a ejecutar porque pondría en peligro su liderazgo, la estructura de distribución de la riqueza y el sistema sociopolítico dominante.

La información reciente indica que el ritmo de contracción de la economía mundial puede estar disminuyendo. Sin embargo, la esperanza de que pueden estar surgiendo los “retoños verdes” de la recuperación se ha visto frustrada por muchas hierbas amarillentas.

- Los últimos datos sobre el empleo, las ventas minoristas, la producción industrial y la vivienda en USA siguen siendo muy débiles;
- las cifras correspondientes al crecimiento del PIB en Europa en el primer trimestre son desalentadoras;

- la economía japonesa sigue en coma; e

- incluso las exportaciones de China –que se está recuperando– son escasas.

Así pues, la opinión generalizada de que la economía global pronto tocará fondo ha resultado ser demasiado optimista.

Tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, el sistema financiero global casi se colapsó y la economía mundial entró en caída libre. En efecto, el ritmo de la contracción económica en el último trimestre de 2008 y el primero de 2009 llegó casi a los niveles de la depresión.

En ese momento, los encargados del diseño de políticas a nivel mundial comenzaron a utilizar la mayoría de las armas de sus arsenales:

- un enorme relajamiento de la política fiscal;

- expansiones monetarias convencionales y no convencionales;

- billones de dólares para apoyar la liquidez, recapitalizar, dar garantías y seguros a fin de detener la contracción de liquidez y de crédito.

Sólo en los dos últimos meses se pueden contar más de 150 intervenciones de política en el mundo.

Este equivalente en términos de políticas de la doctrina de la “fuerza abrumadora” del ex secretario de Estado de USA, Colin Powell, junto con la aguda contracción de la producción por debajo de la demanda final de bienes y servicios, fija condiciones para que la mayoría de las economías toquen fondo a principios del próximo año.

Recuperación en forma de V

Aun así, se demostró que los optimistas que el año pasado hablaban de un aterrizaje suave o de una recesión moderada “en forma de V” de ocho meses de duración estaban equivocados, mientras que quienes afirmaban que se trataría de una recesión más severa “en forma de U” de 24 meses –la desaceleración en USA ya lleva 18 meses– tenían razón.

Los últimos datos económicos han frustrado, además, el optimismo reciente de que las economías tocarían fondo a mediados de año. No obstante, la cuestión crucial no es cuándo tocará fondo la economía global, sino si la recuperación –cuando sea que ésta llegue– será fuerte o débil a medio plazo.

No podemos descartar que haya un par de trimestres con acelerado crecimiento del PIB, a medida que el ciclo de los inventarios y el enorme impulso generado por las políticas conduzcan a una recuperación de corto plazo.

Pero las hierbas amarillentas bien podrían asfixiar esos brotes verdes de los que tanto se habla ahora, lo que anunciaría una recuperación mundial débil en los próximos dos años.

En 1er. lugar, el empleo sigue cayendo abruptamente en USA y otras economías. En efecto, en las economías avanzadas, la tasa de desempleo será superior al 10% en 2010. Estas son malas noticias para el consumo y la magnitud de las pérdidas de los bancos.

En 2do. lugar, ésta es una crisis de solvencia, no sólo de liquidez, pero el verdadero desapalancamiento no ha comenzado en realidad porque las pérdidas privadas y las deudas de los hogares, las instituciones financieras e incluso las corporaciones no se están reduciendo, sino más bien socializando e incluyendo en las hojas de balance de los gobiernos. La falta de desapalancamiento limitará de capacidad de los bancos para prestar, de los hogares para gastar y de las empresas para invertir.

En 3er. lugar, en los países con déficit por cuenta corriente los consumidores deben disminuir el gasto y aumentar el ahorro durante muchos años. Los consumidores, que han comprado en exceso y están cargados de deudas se han visto afectados por un golpe a la riqueza –la caída del precio de la vivienda y de los mercados de valores–.

En 4to. lugar, el sistema financiero –a pesar del respaldo político– está gravemente dañado. La mayor parte del sistema financiero no bancario ha desparecido y los bancos comerciales tradicionales tienen billones de dólares de pérdidas previstas en créditos y títulos y siguen estando muy descapitalizados. Por lo tanto, la contracción del crédito no se aliviará rápidamente.

En 5to. lugar, la débil rentabilidad, debida al alto endeudamiento y al riesgo de moratoria, el bajo crecimiento económico –y por lo tanto el bajo crecimiento de los ingresos– y la persistente presión deflacionaria sobre los márgenes de las empresas seguirán limitando la disposición de éstas a producir, dar empleos e invertir.

Endeudamiento y tipos de interés

En 6to. lugar, el aumento de la relación de la deuda conducirá a la larga a un aumento de las tasas de interés reales, lo que podría desplazar al gasto privado y llevar a un riesgo de refinanciamiento soberano.

En 7mo. lugar, la monetización de los déficit fiscales no es inflacionaria a corto plazo, mientras que los mercados de productos y de empleo con poca actividad implican enormes fuerzas deflacionarias.

Pero si los bancos centrales no encuentran una estrategia de salida clara de las políticas que duplican o triplican la base monetaria, al final habrá una inflación de los precios de los bienes u otra peligrosa burbuja de activos y crédito (o ambas).

En 8vo. lugar, algunas economías de mercado emergentes con fundamentos económicos más débiles podrían no ser capaces de evitar una severa crisis financiera, a pesar de un apoyo enorme del FMI.

Por último, la reducción de los desequilibrios globales implica que los déficit en cuenta corriente de las economías derrochadoras (USA y otros países anglosajones) mermará los superávit de los países que ahorran en exceso (China y otros mercados emergentes, Alemania y Japón).

Pero si la demanda interna no crece con la suficiente rapidez en los países con superávit, la resultante falta de demanda global en relación con la oferta –o de manera equivalente, el exceso de ahorro a nivel mundial en relación con el gasto de inversión– conducirá a una recuperación más débil del crecimiento económico y la mayoría de las economías crecerán con mucho mayor lentitud de lo que potencialmente podrían hacerlo.

Así pues, las hierbas amarillentas del estancamiento podrían sustituir a los retoños verdes de la estabilización si varios factores de mediano plazo limitan la capacidad de la economía mundial para recuperar el crecimiento sostenido.

A menos que se solucionen esas debilidades estructurales, la economía global podría crecer en 2010-2011, pero a un ritmo anémico.


Fuente: Urgente24.com / original ingles RGE Monitor "Green Shoots or Yellow Weeds?
Autor: Nouriel Roubini, (Estambul, 1959-) es un destacado economista contemporáneo. Es profesor de economía en la Universidad de Nueva York y presidente de la consultora RGE Monitor. Nouriel Roubini ganó notoriedad por sus acertadas predicciones sobre la recesión global detonada por la Crisis de las hipotecas subprime, por lo cual ganó el apelativo de “Dr. Doom” (Doctor Catástrofe). Inicialmente consideradas pesimistas, sus predicciones demostraron ser precisas conforme se desarrollaba la Crisis financiera de 2008.

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domingo, 7 de junio de 2009

Políticas newtonianas en el universo de Einstein. Por Norman Birnbaum

La historia de Estados Unidos, como la de los países europeos a partir del siglo XV, se define por sus conquistas en el exterior. El continente americano fue conquistado, sus habitantes primitivos se vieron privados de la tierra y reducidos a la servidumbre, se ocupó gran parte de México, y los Estados del Caribe y América Central quedaron sometidos a tutelaje. Nuestra oposición al imperialismo fue ambigua y contradictoria, conjugando el auténtico rechazo de algunos estadounidenses con la cínica justificación de otros de la dominación que imponíamos.

Seguimos siendo una potencia imperial. Nuestro control del sur de la frontera ha mermado, pero ahora es mayor nuestra presencia en otras partes del mundo. Las explicaciones de nuestros sabios y el lenguaje de nuestros políticos cambian, Kabul sustituye a Saigón, pero los ataúdes de nuestros soldados vuelan de regreso a casa y las naciones que decimos estar liberando o protegiendo siguen quedando devastadas. El secretario de Defensa, Gates, ha anunciado una importante reorganización de las fuerzas armadas, destinada a prepararlas para intervenir en guerras civiles; un proyecto que, con su laxa definición de "terrorismo", augura un sinfín de conflictos.

Con todo, es algo que no cuadra con la tendencia general de la historia contemporánea. Los Estados del Hemisferio Norte, en su mayoría, han sido expulsados del Hemisferio Sur: España y Portugal tuvieron que abandonar América Latina, Francia se fue del norte de África y Gran Bretaña abandonó Egipto, Irak y el subcontinente indio.

Por otra parte, se ha renunciado a África y los blancos del continente aceptan el Gobierno de la mayoría en Suráfrica. La Esfera de Prosperidad Compartida de la Gran Asia Oriental, propiciada por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, es un lejano recuerdo. Las revoluciones china y rusa significaron la liberación respecto al dominio extranjero.

El nuevo proyecto estadounidense se justifica de tres maneras distintas. En primer lugar, dice que se enfrenta a la organización islamista que está tras los atentados contra Estados Unidos. Si dicha organización sigue existiendo, en qué se ha transmutado o dónde puede encontrarse son preguntas a las que el Gobierno estadounidense no puede responder. En lugar de eso, el nuevo proyecto político-militar conlleva la lucha, en los países de origen, contra grupos islamistas y de otra índole que cuanto más batalla Estados Unidos contra ellos, más adeptos tienen.

La segunda justificación afirma que estamos inmersos en una campaña en defensa de los derechos humanos y el desarrollo económico. Lo cual deja de lado los defectos de nuestros aliados, entre ellos Israel y Arabia Saudí. Las pruebas de que el respeto a los derechos humanos y el desarrollo económico puedan lograrse mediante la presión exterior brillan por su ausencia.

Según la tercera justificación, estamos asumiendo nuestras responsabilidades mundiales, aunque gran parte del resto del mundo preferiría que nos centráramos en nuestros problemas internos. Así lo cree un sector de la opinión pública estadounidense. Muchos de nuestros artistas, académicos, escritores y pensadores están de acuerdo, y, con ellos, un grupo considerable de personas de la élite económica y política.

¿Por qué no se cuestionan las líneas generales de la propuesta del Pentágono? Sólo 51 de los 435 congresistas se opusieron a financiar la guerra en Afganistán, sistemáticamente mal concebida. El resto del mundo vive en un universo einsteiniano en cambio constante, mientras Estados Unidos continúa en un medio estático y newtoniano.

La inercia del aparato imperial es la fuerza motriz de nuestra física política. Por sí solos, los condicionantes económicos no reducirán nuestro modelo de intervención permanente en el exterior, e incluso podrían acentuarlo. Lo que sí podría alterar la situación sería la aceptación pública de que nuestro país puede tener un papel mundial más complejo y limitado, menos orientado por la angustia y el miedo.

Muchos nos equivocamos al pensar que Vietnam haría inevitable esa aceptación, o que el desastre en Irak remataría la faena iniciada con la derrota en Indochina. Unas pocas horas de televisión estadounidense o la lectura del Washington Post indican que la convicción de la propia superioridad moral sigue primando en nuestra sensibilidad política, sin dejar de ocultar un profundo miedo a un mundo hostil. De alguna manera, nuestro presidente duda que una visión alternativa deba presidir abiertamente su política exterior y militar. Avanza poco a poco, lo cual minimiza el impacto de sus iniciativas, nuevas y muy positivas respecto a la reducción de armas nucleares y el conflicto árabe-israelí.

A menos que adopte un papel dominante y pedagógico, los elementos regresivos del aparato pondrán en cuestión su programa. Durante la campaña electoral hablaba como Prometeo. Ahora hay cierto riesgo de que termine como Sísifo.


Fuente: El País.com
Autor: Norman Birnbaum,(1926-) es un sociólogo, doctorado en la Harvard University. Es profesor emérito de la Georgetown University Law Center, y miembro del consejo editorial de La Nación. Ha enseñado en la London School of Economics and Political Science, Oxford University: y la Strasbourg University, Amherst College. Tambien ha servido en la Facultad de Posgrado de la New School for Social Research. Un miembro del consejo editorial de la fundación de la New Left Review, ha sido activo en la política a ambos lados del Atlántico. Ha sido asesor de los sindicatos de América y miembros del Congreso, así como a una serie de movimientos sociales y partidos políticos en Europa. Contribuye regularmente a una serie de publicaciones, entre ellas la Open Democracy, El País de España, y el diario alemán Tageszeitung. Actualmente, está escribiendo una memoria.

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miércoles, 3 de junio de 2009

Memoria de Tiananmen. Por Francisco G. Basterra

Hace 20 años, la represión de la protesta estudiantil china en la plaza de Tiananmen, el ágora de Pekín, garantizó que las reformas económicas de mercado no darían paso a un cambio democrático. Fue el último servicio desde la sombra del pequeño y astuto Deng Xiao Ping ya entonces retirado con 84 años, prácticamente sordo, pero que aun movía los hilos del poder. Dos décadas después, el equipo dirigente chino, heredero de los golpistas de Tiananmen, ligado por los mismos intereses y un clientelismo que los ha hecho ricos, tecnócratas, casi todos ingenieros, sin ideología, continúa al frente del país asegurando "el socialismo con características chinas", que les fue legado por Deng. China es en 2009 la superpotencia emergente, ya se habla del G2 en el que se tutearían Washington y Pekín; ha conseguido sacar a centenares de millones de chinos de la miseria propiciando una clase media que nunca tuvo; ejerce un papel de primer rango en la política internacional como un poder pragmático, con el crecimiento económico como objetivo por encima de todo, y atesora billones de deuda en dólares del Tesoro de EE UU. Pero la pregunta, ahogada en sangre en 1989, es la misma: ¿El Partido Comunista Chino podrá sobrevivir otros 20 años dirigiendo con mano dura un benéfico capitalismo de Estado?, o, puesta al día, ¿el tsunami de la crisis económica amenaza el monopolio del partido único?

Las fascinantes memorias del líder comunista chino Zhao Ziyang, que se opuso al uso de la fuerza para acabar con la protesta de 1989, publicadas esta semana en inglés en EE UU y, en chino, en Hong Kong, ni qué decir tiene que no verán la luz en Pekín, reabren el debate sobre la correlación -no demostrada- entre libertad económica, democracia política y libertades ciudadanas. Prisoner of the state (Simon & Schuster) es el primer libro en el que un dirigente del PCCH revela las interioridades del poder chino, adjudicando responsabilidades en el golpe interno que acabó con un primer intento de que el partido único se pusiera al frente de una protesta democrática para encauzarla. Zhao Ziyang, a quien a comienzos de los años ochenta Deng había señalado el camino de la liberalización económica, intentó negociar con los estudiantes acampados en Tiananmen. Zhao les dijo a sus colegas de la cúpula comunista que los estudiantes sólo pedían reformas, que no iban contra el partido. El 1 de mayo se atrevió a decir ante el buró político que "la democracia es una tendencia mundial, y si el partido comunista no enarbola esa bandera cualquier otro lo hará y nosotros seremos los perdedores".

El entonces secretario general del PCCH solicitó audiencia a Deng. Zhao fue convocado en su casa en la tarde del 17 de mayo de 1989. Lo que creía que iba a ser una conversación privada para ofrecerle una salida dialogada a la crisis de los estudiantes se convirtió en un juicio a Ziyang protagonizado por varios miembros del Politburó. Los asistentes habían conspirado anteriormente para que Deng retirara su apoyo al líder del PCCH. "Pase lo que pase, yo no seré el secretario general que movilice a los militares para aplastar a los estudiantes", confió esa misma noche Zhao a un alto miembro del partido.

Zhao, en un gesto insólito, acude a Tiananmen y provisto de un megáfono dialoga con los estudiantes y les pide que depongan su actitud. En una foto histórica que cobra hoy todo su sentido se ve, tras Zhao, rodeado por tres estudiantes disidentes, a un joven cuadro del partido con traje Mao y rostro grave que refleja la tensión del momento. Es Wen Jiabao, el actual primer ministro de China y entonces colaborador de Zhao. Pero el líder del PCCH ya ha perdido la partida. En una reunión, a la que no se le convoca y que tenía que haber presidido como secretario general, se declara la ley marcial. El 19 de mayo, Zhao es depuesto, acusado de escindir el partido, y arrestado en su domicilio, donde murió en 2005. Deng ordena al Ejército limpiar la plaza de Tiananmen. En la madrugada del 4 de junio, las tropas abren fuego y matan a centenares de estudiantes.

Perry Linnk, profesor de estudios chinos en la Universidad de Princeton, que vivía en Pekín hace 20 años, responde en el Washington Post a la pregunta inicial. "Pase lo que pase, un elemento seguirá constante en China. Este mismo grupo de hombres, unidos por intereses comunes y acostumbrados a sobrevivir a desastres y a giros políticos de 180 grados, permanecerá en el poder. Como una foca sobre una pelota, son buenos para permanecer arriba. Pero para mantener el equilibrio, el grupo a veces necesita sacrificar a un miembro díscolo". En 1989, la víctima fue Zhao Ziyang.


Fuente: El País.com
Autor: Francisco G. Basterra, español docente en la Universidad Complutense. Ex director general de CNN+ y director de los Servicios Informativos de Canal+. Colaborador habitual de El País, del cual fue subdirector de la edición dominical.

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