OPERACIÓN REDIMENSIONAMIENTO / OJO ADVENTISTA.
La mayoria de los articulos de "Estatologico" estan siendo transferidos a dos nuevas secciones de Ojo Adventista: OPINIONES del MUNDO y NUEVO ORDEN MUNDIAL.

domingo, 22 de febrero de 2009

¿Quién pagará la crisis? Por Sami Naïr

¿Quién pagará las consecuencias de la crisis? No es una pregunta abstracta, sino central. Conocemos a los culpables de la crisis: mercados financieros ultraespeculativos en los que manipuladores sin escrúpulos y accionistas codiciosos invierten con frecuencia, banqueros sospechosos, que son minoría en el oficio pero que le causan un gran daño, un sistema monetario desconectado de la actividad productiva, etc. Quienes tenían un sentido mínimamente realista de la economía sabían desde hacía tiempo que este sistema iba a reventar. ¿Pero quién les escuchó? Ya se anuncia en todo el mundo uno de los mayores signos del paso de la recesión a la depresión: el aumento de las reivindicaciones salariales y de la pobreza. ¿Qué hacer con este sistema que ha provocado el caos, después de haber pretendido ser en estos últimos decenios el mejor y el único? Hay varias propuestas y una tendencia de fondo que se perfila.

De acuerdo con estas propuestas, unos dicen que hay que restablecer el vínculo entre la producción y los mercados financieros para evitar las huidas especulativas. Son los de la escuela de la racionalización y del buen sentido. Otros creen que esta crisis pasará rápidamente pero que hay que aprovechar el momento para instaurar reglas éticas con el fin de perseguir a los tramposos. Estos pertenecen a la escuela de los ingenuos. Otros, más numerosos y más rigurosos, llaman a instaurar reglas draconianas para encuadrar el mercado y proteger el interés general. Están, por último, quienes defienden dos posiciones simétricas pero totalmente opuestas. Por un lado, los que dicen que la crisis es debida al intervencionismo estatal. Éste es el punto de vista surrealista de algunos banqueros y de los herederos de Margaret Thatcher. Y, por el otro, los que sostienen que el sistema capitalista ha fallecido de muerte natural, y que hace falta una salida hacia un nuevo sistema económico, ecológico y duradero.

Estas posturas diversas pueden coincidir y mezclarse a veces, aunque definen bien el campo de posibilidades actual. La única certeza que tenemos es que no sabemos adónde vamos, y que las elites políticas se muestran incapaces de hacer otra cosa que no sea gobernar a ojo. Impotencia tanto más angustiosa en cuanto la actual tendencia de fondo prepara un cruel porvenir para los más débiles. Porque el dinero que reparte el Estado en forma de recapitalización de los bancos aparentemente no sirve para atajar la crisis. Los bancos no dan préstamos ni a las pequeñas ni a las medianas empresas, las cuales podrían crear empleos, ni a los particulares, quienes podrían relanzar la máquina productiva con el consumo. De ahí a suponer que aquéllos se sirven en realidad del dinero de los contribuyentes para reflotar sus propias capacidades competenciales, sólo hay un paso...

Naturalmente la única manera de evitar esta cínica manipulación sería que, a cambio de su ayuda, el Estado pidiera estar en los consejos de administración de estas instituciones para controlar el uso del dinero prestado. E incluso, en el caso de los bancos y las agencias más vulnerables, nacionalizarlas, perspectiva que muchos se plantean seriamente en EE UU y Reino Unido.

Los mercados financieros, que son los responsables de la crisis, quieren, sin embargo, una mayor "flexibilidad " del mercado laboral, lo que ante todo significa el derecho a contratar y despedir a su gusto, luego recortar los derechos sociales, y finalmente bajar los salarios en un contexto de escasez de empleo y de fuerte competencia entre los asalariados. En definitiva, las recetas ultraliberales de la escuela de Milton Friedman que prevalecían bajo el régimen de Pinochet, y que existen hoy en muchos sectores de actividad en China. Naturalmente, semejante terapia lleva inevitablemente a la explosión social. La Organización Internacional del Trabajo prevé en su último informe, cerca de 240 millones de desempleados en 2009, es decir, 51 millones más que en 2007, lo que llevará a un incremento de la pobreza. El mismo informe sostiene que España será la más afectada en Europa, ya que su tasa de desempleo podría pasar del 11,3 % a más del 16 %.

Es probable que estemos en el ojo del huracán, pero lo peor está aún por llegar. ¿Cuánto tiempo durará esto? Nadie lo sabe. La reunión del G20 prevista en Londres a principios de abril debería ofrecer pistas sobre los caminos a seguir. Pero está claro que no se podrá salir de la crisis sólo en detrimento de las clases asalariadas. Lo que es seguro, en cambio, es que si los gobiernos, a expensas del interés general, toman de manera conjunta y coordinada las decisiones impuestas a regañadientes, las calles se llenarán de manifestantes y eso, sea cual sea el resultado de las elecciones.

Fuente: ElPaís.com
Autor: Sami Naïr, (Tlemcen, Argelia, 23 de agosto de 1946) es un politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático argelino nacionalizado francés, especialista en movimientos migratorios y creador del concepto de codesarrollo. Es una de las voces destacada del progresismo en Europa, asesor del gobierno de Lionel Jospin de 1997 a 1999 y europarlamentario hasta 2004, es vicepresidente desde 2001 del Mouvement des citoyens o Movimiento de los Ciudadanos.
Traduccion: M. Sampons.
Viñeta: Eneko / 20minutos.es

+ Leer más...

lunes, 16 de febrero de 2009

¿La socialdemocracia como fin de la historia? Por Domènec Ruiz Devesa

Hace casi 20 años Francis Fukuyama escribió, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín, un ensayo sobre el fin de la historia en la revista estadounidense The National Interest, artículo que posteriormente se convertiría en libro. El argumento básico era el siguiente: con el proceso de reforma lanzado por Mijail Gorbachov en la Unión Soviética, conocido como perestroika, el gran rival del mundo atlántico desaparecía y, por tanto, cesaba la lucha ideológica con la victoria incondicional del capitalismo y la democracia liberal. Fukuyama, además, examinaba el potencial de otras ideologías como el fundamentalismo religioso o el nacionalismo, concluyendo que nunca podrían convertirse en auténticas alternativas a la democracia liberal capitalista, si bien no iban a desaparecer.

La idea de Fukuyama era sugerente y, desde luego, fue oportuna en aquel momento histórico. La propuesta también generó fuertes críticas, algunas infundadas por malinterpretar el mensaje original. La más típica es la que consideraba la tesis del fin de la historia como la ausencia de eventos históricos de importancia, algo que Fukuyama rechazó expresamente en su ensayo.

Otra crítica, algo más elaborada, proveniente del recientemente desaparecido Samuel Huntington, consideraba que la lucha ideológica secular pasaría a ser religiosa o étnica, con la famosa tesis del choque de civilizaciones. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 confirmaron para muchos la validez de esta tesis. Con todo, y a pesar de que el fundamentalismo islámico supone una amenaza importante, Fukuyama ya dijo en su escrito de 1989 que esta ideología no es una opción atractiva, a diferencia del comunismo durante la guerra fría, más allá de los Estados de mayoría musulmana (o entre colectividades musulmanas en países no musulmanes), donde además sólo una minoría comparte sus postulados. En este sentido, esta ideología no es realmente una alternativa viable a la democracia liberal, ni se puede argumentar que es un estado superior en la evolución ideológica, de las ideas, más bien al contrario, supondría una regresión.

No obstante, la tesis original de Fukuyama sí que debe ser corregida al menos en un aspecto fundamental, si se quiere que mantenga un cierto poder explicativo de la realidad, sobre todo a la luz de los acontecimientos derivados de la crisis financiera mundial iniciada en julio de 2007 en Estados Unidos, y aun antes, por el fracaso de las políticas neoliberales en América Latina y África.

Fukuyama consideró que la victoria de la democracia liberal sobre el comunismo soviético re

-solvía los problemas socioeconómicos dentro de las sociedades occidentales y en los países en vías de desarrollo. Declaró, además, expresamente, que ya no había contradicción entre capital y trabajo, y obvió en todo caso las importantes diferencias entre el capitalismo estadounidense y el europeo continental, y las diferentes culturas políticas que subyacen a las decisiones de política económica a uno y otro lado del Atlántico.

Es cierto que la democracia liberal es el elemento común y definitorio de los países occidentales. Sin embargo, al obviar la importancia de las d emocracias sociales de Europa occidental, que completan el paradigma del Estado liberal, tal y como nos enseñaban Norberto Bobbio y Gregorio Peces-Barba, entre otros, se acaba poniendo al capitalismo a la americana como el paradigma de ese proclamado fin de la historia. Más aún, no se tiene en cuenta la tensión permanente entre Estado y mercado que existe en el seno de las democracias liberales, y las opciones políticas que la animan, y que debemos reconocer como neoliberalismo y socialdemocracia. Palabra esta última que está conociendo un renovado vigor a la luz del desconcierto generado por la crisis financiera.

En pocas palabras, podemos decir que la socialdemocracia es la ideología que, a diferencia del liberalismo clásico, persigue la igualdad real sobre la formal y que opera de acuerdo con el principio de la prevalencia de la política democrática sobre la economía, tal y como señala Sheri Berman. En el paradigma socialdemócrata, el sistema de mercado existe (a diferencia de lo que sucedía en la Unión Soviética), pero opera dentro de las reglas que fija el poder político, lo que incluye al Estado de bienestar, hasta hace unos años tan denostado por insostenible por los publicistas neoliberales.

En este sentido, cabe considerar al neoliberalismo, que inicia su auge como paradigma político cultural dominante en la década de los setenta, como una desviación temporal en esa evolución ideológica de impronta hegeliana que proponía Fukuyama, ya que pretende volver a un estado anterior de la humanidad, el del laissez-faire, donde la economía prevalece sobre la política, y donde no hay posibilidad de pacto entre el capital y el trabajo, ya que el primero debe prevalecer, sin ambages, sobre el segundo.

Esto no significa que el neoliberalismo no haya aportado nada bueno a la historia de las ideas, pues ciertamente las políticas keynesianas tradicionales necesitaban algunos ajustes y correcciones, en particular en lo relativo al uso excesivo de políticas monetarias procíclicas para alcanzar el pleno empleo, especialmente durante la década de los sesenta en los Estados Unidos y en el Reino Unido, donde por cierto, la tradición socialdemócrata ha sido históricamente más débil. Este error, en particular, generó una espiral inflacionaria, la quiebra de la política de rentas y del pacto entre el capital y el trabajo y, finalmente, el ascenso de la ideología neoliberal. Con todo, el neoliberalismo no se contentó con devolver cierta racionalidad a la política monetaria. Su agenda, como hemos visto, iba mucho más lejos. Animada por un individualismo descarnado buscó, y en parte logró, bajo los Gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la privatización de sectores económicos estratégicos y de determinados servicios públicos. Pero, sobre todo, se desregularon los mercados de trabajo nacionales y los flujos financieros internacionales, con las consecuencias que hoy conocemos: mayores desigualdades, menor crecimiento económico y hasta colapso financiero. Peor aún, el paradigma neoliberal alcanzó en el discurso público lo que Antonio Gramsci denominaba "hegemonía cultural", llevando a que incluso la izquierda adoptara el lenguaje del adversario. De este modo, el debate político de las últimas décadas se ha ceñido a determinados parámetros y términos fundamentales de la agenda neoliberal, dentro de los cuales conceptos como flexibilidad laboral, competitividad o reformas estructurales funcionaban como polos en torno a los que giraban las discusiones de las políticas públicas.

El reto para la socialdemocracia, en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, consiste en alcanzar grados de integración y cooperación política entre los países que permitan la recuperación del equilibrio entre Estado y mercado. El momento histórico es propicio. Aunque el carácter asimétrico de la globalización, escorada hacia lo económico (y sobre todo hacia lo financiero, con la libertad de movimiento de capitales), no sugiere que la socialdemocracia sea el fin de la historia, resulta difícil afirmar que los últimos 30 años de neoliberalismo constituyen el ideal al que aspirará la mayoría de la humanidad.

La crisis financiera mundial quizás ponga de relieve lo que ya era, en realidad, evidente: el fracaso de la ideología neoliberal tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, y la urgente necesidad de recuperar el paradigma socialdemócrata en el discurso público.

Fuente: ElPaís.com
Autor: Domènec Ruiz Devesa, economista, ha sido consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo.
Fotografia: montaje Menesez Filipov

+ Leer más...

lunes, 9 de febrero de 2009

El retorno a la tribu. Por Josep Ramoneda

"Job British Workers First", las movilizaciones de trabajadores británicos pidiendo prioridad a la hora de adjudicar puestos de trabajo son un signo premonitorio de uno de los peores efectos que la crisis puede traer: el retorno del patriotismo proteccionista. Y lo digo así, porque de nada sirve poner por delante palabras como xenofobia y racismo. En Italia, donde la derecha ha cultivado sin escrúpulo, en este caso sí, la xenofobia, el problema viene de lejos. En España, mientras el paro se desboca, las encuestas empiezan a dar señales preocupantes de rechazo a los inmigrantes. La última, del CEO, cifraba en un 40% el número de catalanes hostiles a la inmigración.

Los que hace tan solo unos pocos días eran imprescindibles en un país que crecía al galope, ahora son un estorbo. El paro empieza a afectar significativamente a los españoles, y para muchos de ellos los inmigrantes son competidores directos para la conquista de un bien escaso como es ahora el trabajo. Es difícil en estas circunstancias que se reconozca que los inmigrantes han sido los primeros en pagar injustamente con el paro los pecados de los que provocaron la crisis. Y que precisamente porque han sido ellos los primeros, la conflictividad hasta ahora ha sido muy escasa. Y de poco sirve también recordar que muchos de estos inmigrantes recogieron trabajos que los autóctonos no querían y que, sin embargo, eran imprescindibles para que la rueda siguiera girando. En este momento, la realidad y la amenaza del paro dejan poco margen para los argumentos serenos. Y a menudo es más fácil convertir al paria en objeto de nuestras frustraciones que plantar cara a los poderosos. Pronunciando la exclusión de los otros, tenemos la sensación de ser alguien. Es el camelo nacionalista. La especie humana es especialista en engañarse a sí misma para sobrevivir.

Se puede comprender la desazón con que viven algunos españoles -sin trabajo y con la vivienda cercada por la hipoteca- una crisis que, como todas, es tremendamente injusta en el reparto de sus crueles consecuencias. Pero lo que es inaceptable es que los dirigentes políticos y sociales -portadores de responsabilidades colectivas- aprovechen este malestar para capitalizarlo políticamente dando carta de naturaleza, ahora sí, al racismo y a la xenofobia. Es un error moral, por supuesto. Pero no voy a entretenerme en ello para no dar, al coro de intelectuales conservadores, la fácil coartada de la crítica al buenismo. No deben estar muy seguros moralmente si tienen que legitimarse llamando buenistas a quienes claman contra el racismo. Y no debe ser cómodo compartir argumentos con personajes como el ministro del Interior italiano, Maroni: "Con los clandestinos hace falta ser malos, no buenistas".

Más allá de las razones morales están las políticas y económicas. Y el proteccionismo patriotero sería un desastre en ambos campos. La respuesta del neoliberalismo no hay que encontrarla en la reconstrucción de los bastiones nacionales sino en el cosmopolitismo reformista, que pasa por el refuerzo de las instituciones políticas a escala global y por la capacidad de éstas de controlar y regular al poder económico. Mal nos adaptaremos a un cambio de paradigma si regresamos a las tentaciones endogámicas y a las lógicas de exclusión del pasado. Pero la tentación es grande para los políticos y lo será más cuando se vayan acercando las citas electorales.

Cuando de conquistar el poder se trata, siempre hay gente dispuesta a saltar sin escrúpulos sobre las bajas pasiones de la ciudadanía. Y esto sí que es democráticamente inadmisible, porque la primera obligación de un líder demócrata es defender los valores de la democracia. Y el racismo y la xenofobia no figuran entre ellos. En una legislatura tensa como la anterior, figura, sin embargo, en el haber de Rajoy el no haber recurrido apenas al populismo contra la inmigración. Lo cual no venía garantizado por los antecedentes: Aznar utilizó indecorosamente el conflicto de El Ejido como trampolín para su mayoría absoluta. Esperemos que las frustraciones de la actual crisis interna del PP no lleven a Rajoy a cambiar su conducta. Y que ponga en su sitio a los que, en su partido, intenten hacerlo. Por lo que hace al Gobierno, la ridícula consigna "consuma productos nacionales" no es precisamente un buen augurio. El ruido de la tribu suena para todos. Esperemos que los nacionalistas periféricos se dejen llevar también por esta música. En cualquier caso la alternativa al mal llamado neoliberalismo que nos ha llevado a este desastre no puede ser nunca el proteccionismo: ni el económico ni el ideológico o patriótico.

Fuente: ElPaís.com
Autor: Josep Ramoneda (Cervera, Lérida, 1949) periodista, filósofo y escritor catalán.
Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona. Fue profesor de Filosofía Contemporánea en esta universidad entre 1975 y 1990. Hoy en día es el director general del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Durante años colaboró en el diario La Vanguardia de Barcelona. Actualmente colabora en el diario El País y en la Cadena Ser, dentro de los programas Hoy por Hoy y Hora 25.
Ha escrito numerosos libros, el último de ellos es Els reptes de la democràcia.
Fotografía: Anna Gowthorpe / Associated Press

+ Leer más...

viernes, 6 de febrero de 2009

Impedir que nuestro mundo se venga abajo. Por Klaus Schwab

Esta es una crisis trascendental, una crisis que tendrá repercusiones fundamentales en nuestro mundo globalizado. En Davos, hace unos días, iniciamos la tarea de preparar de forma colectiva esa transformación. Voy a explicar cómo.

Un objetivo, que ya se ha conseguido, era el de ofrecer apoyo a los Gobiernos y las instituciones de gobernanza mundial, en particular el G-20. Davos no es más que el punto de partida del largo y difícil camino que nos aguarda.

Ahora bien, al reunir a los líderes mundiales durante varios días, hemos conseguido comprender mejor el origen de la crisis económica y las medidas que debemos tomar para relanzar la economía mundial. Escuchar los puntos de vista de cuatro Gobiernos del G-8 y reforzar el diálogo del proceso del G-20 como preparación para la cumbre de abril en Londres han sido dos primeros pasos importantes. El llamamiento a los ministros de Comercio de 17 economías fundamentales más los 27 miembros de la UE para que eviten caer en políticas de "empobrecer al vecino" nos permitirá, esperemos, ver las auténticas consecuencias de este espíritu. Y con la reunión entre el presidente del G-20, el primer ministro Brown, y los jefes de Gobierno de varios miembros del grupo procedentes de África, Asia y Latinoamérica, para estudiar los riesgos estructurales del sistema financiero y cómo estabilizar la economía mundial, hemos dado los primeros pasos en una estrategia mundial colectiva frente a la crisis.

Pero los días transcurridos en Davos me han convencido también, más que nunca, de que el cambio climático es algo que no sólo es necesario abordar sino que puede ser, por lo menos, parte de la recuperación económica.

Las empresas están empezando a "integrar" el cambio climático en sus planes; las tecnologías verdes ya no pueden seguir siendo un "añadido" ni una industria alternativa. Es un debate muy pertinente para 2009. En diciembre, en la cumbre de Copenhague, está previsto que se negocie un tratado que sustituya al Protocolo de Kioto.

Para poder gestionar el cambio climático es preciso que se hagan realidad unos planes de recuperación económica mundial vinculados a las oportunidades de empleo, capacitación, inversión y tecnología que exige una economía mundial de bajas emisiones de carbono. La tecnología verde puede convertirse en un motor limpio de crecimiento renovado. No podemos volver a hablar nunca de energía "alternativa"; sólo de energía sostenible, que es la que alimentará la economía del futuro.

Con ese objetivo, los directivos empresariales presentes en Davos acordaron avanzar con media docena de iniciativas concretas para acelerar la integración de las prácticas sostenibles en la empresa.

Uno de los principales resultados de Davos fue que, a pesar de las turbulencias económicas, acudió a la reunión más gente que nunca de la empresa, los Gobiernos y otros sectores interesados, para discutir los desafíos que afronta el mundo y tratar de dar una respuesta común a ellos.

Esta voluntad de trabajar juntos, por encima de los límites geográficos y en todos los sectores de la economía, la política y la sociedad civil, es lo que, con suerte, diferenciará esta crisis actual de la de los años treinta. Este sentimiento colectivo de cooperación y determinación que se vio en Davos me permite pensar, con cierto optimismo, que vamos a salir de la crisis. Es fácil decir que no son más que falsas ilusiones, pero, si hemos aprendido algo de los últimos seis meses, es que la confianza y la seguridad constituyen la base para que se produzca cualquier recuperación.

Por último, hemos notado que todo esto no sirve para nada sin una revisión sincera y profunda de nuestros valores y principios éticos fundamentales. Las empresas deben examinar con detalle sus sistemas de remuneración y gobierno. Los empresarios, las autoridades, los reguladores y los consumidores deben reflexionar sobre los excesos de la codicia.

En el mundo de hoy, tan interdependiente, la codicia a corto plazo no es un motor que contribuya a la mejor toma de decisiones. El impacto estructural e intergeneracional de nuestras acciones de hoy es mayor que nunca, y nuestros códigos éticos, así como nuestros sistemas de gobierno y reguladores, deben reflejar esa nueva realidad.

Éstos son sólo unos principios de soluciones, pero el verdadero trabajo comienza ahora. Debemos unirnos para impedir que nuestro mundo se venga abajo.


Fuente: ElPaís.com
Autor: Klaus Schwab economista suizo, fundador y presidente ejecutivo del También del Schwab Foundation for Social Entrepreneurship y del Forum of Young Global Leaders.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

+ Leer más...

martes, 3 de febrero de 2009

La magnitud del desconcierto, Davos 09. Por Lluís Bassets

Recomiendo leer todas las entradas de Lluís Bassets sobre Davos 09 /Foro Económico Mundial / World Economic Forum.

En Davos se ha visto este año la magnitud del desconcierto. Estamos ante una crisis que alcanza a todo el planeta, encoge la economía global y presiona hacia el proteccionismo y la desglobalización. Pero ha costado mucho llegar a reconocerla. La Agenda Global para 2009, preparada por más de un millar de expertos, ha recurrido a la imagen de los pájaros utilizados por los mineros antes de entrar en el pozo para describir lo que ha sucedido en 2008, el año de los tres canarios, que son el precio de los alimentos, el incremento y volatilidad del precio del petróleo y la crisis financiera. Hace un año, en esta misma reunión, todavía no había salido de la mina el cuerpecillo de ninguno de los pajarillos y eran muy pocos los economistas capaces de preverlo.

Ahora lo que preocupa es conocer cómo encontrar la salida, prever la fecha y localizar los escollos que puedan retrasarla. Y lo más interesante es observar cómo empiezan a imaginar unos y otros el paisaje que aparecerá cuando salgamos del túnel, aquel capitalismo reformado que demandaba con impaciencia el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Los conceptos de crisis y de recesión son pobres para describir lo que en realidad enfrentamos, según se desprende de la opinión de los expertos: estamos ante un momento de cambio de modelo económico y social, e incluso de mutación de valores. Los más osados sueñan en una nueva era, de la que saldremos todos, países, Gobiernos y ciudadanos, profundamente transformados.

Necesitamos instituciones globales, mejores que las actuales, que sirvan para prever las crisis y no para acudir a la cabecera del enfermo cuando se halla en muy mal estado. Con un reparto de las responsabilidades más adecuado a la realidad del mundo: el dominio occidental del planeta se ha terminado. La reunión del G-20 el 2 de abril en Londres debe emitir un mensaje muy contundente respecto a la voluntad política de los Gobiernos para poner en marcha esta nueva gobernanza económica global.

El capitalismo reformado debe ser verde y tecnológico. Hay que poner en marcha un mercado internacional de emisiones de CO2, algo que sólo se conseguirá si se implican los grandes contaminadores (China, India, Estados Unidos) y se fijan unos objetivos claros y verificables en cuanto a reducciones, cuestión que tendrá un momento especialmente decisivo el próximo diciembre, en la Cumbre del Clima en Copenhague. Las inversiones en tecnología serán cruciales para poner en marcha esta novísima economía ecológica. No hay que posponer este cambio hasta que haya pasado lo peor, porque entonces lo peor estará todavía por llegar.

Debemos conseguir que el mundo esté gobernado, con economías y monedas coordinadas, sin perder los beneficios de la globalización ni dejarlo varado en el nacionalismo económico y el proteccionismo. Hay que regresar a un juego con reglas, donde no sea posible cambiar de reglamento a mitad de la partida como han venido haciendo los más arriesgados y a veces inmorales. También a la jerarquía de valores más clásica: las finanzas son para financiar, no para convertirse en un fin en sí mismo. Los desequilibrios de riqueza, en constante aumento hasta esta crisis, además de injustos son peligrosos.

Merkel habla de una vía intermedia entre el capitalismo desregulado y los experimentos de socialismo de Estado. Es la vía alemana del canciller Ludwig Erhard, la economía social de mercado, en la que "el Estado es quien vigila el orden económico y social". Lo mismo ha dicho el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, que ha ofrecido a Estados Unidos el modelo europeo: "Nosotros tenemos un servicio de salud universal, un sistema de jubilaciones más generoso, un principio de gratuidad de la universidad y queremos conservarlo".

Son viejas ideas en odres nuevos, dirán algunos, pero no caen en saco vacío. La tradicional cena de los congresistas norteamericanos que acuden a Davos, celebrada este año en la euforia de la elección presidencial, ha sido todo un homenaje al Estado protector, el multilateralismo, el desarme, el sistema sanitario europeo, los impuestos sobre la gasolina y la ayuda al desarrollo. Todos reconocen que hay que someter a revisión el modelo americano de consumo desenfrenado, sobre todo en el capítulo energético.

El quiebro ideológico respecto a 2008 se ha percibido incluso en los temas de moda. La tecnología y la innovación han sido siempre la crema más exquisita de Davos, y la codicia del capitalismo financiero, más o menos confesada, el principal combustible. En esta edición la tecnología ha seguido teniendo una gran consideración, sobre todo con relación al medio ambiente, pero ya no se la concibe como la varita mágica salvadora, como había sucedido anteriormente. Y sin voluntad política ni valores no habrá buenas soluciones. Estos últimos han ocupado incluso debates enteros -uno de ellos presidido por Tony Blair- en los que no han faltado los líderes religiosos. Un teólogo norteamericano recordó el viernes los siete pecados sociales denunciados por Gandhi, que son anillo en el dedo de la actual recesión: política sin principios, comercio sin moral, riqueza sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, placer sin consciencia, religión sin sacrificio. Y que, por supuesto, también impugnan la exhibición de riqueza y de poder que se puede ver en Davos.

Fuente: "De Alfiler al Elefante" - ElPaís.com
Autor: Lluís Bassets es periodista. Director adjunto de EL PAÍS. Se ocupa de las páginas y artículos de Opinión.

+ Leer más...

lunes, 2 de febrero de 2009

Inseguridad cibernética. Por Joseph S. Nye

En agosto de 2008 las tropas rusas entraron en Georgia. Los observadores no están de acuerdo en quién disparó primero, pero hubo una dimensión a la que se prestó poca atención y que tendrá enormes repercusiones para el futuro. En las semanas anteriores al estallido, piratas informáticos atacaron las páginas web del Gobierno georgiano. Así que el enfrentamiento entre Rusia y Georgia es el primer conflicto armado que ha ido acompañado de una serie de ataques informáticos importantes.

Las amenazas cibernéticas son un ejemplo del aumento de la vulnerabilidad y la pérdida de control en las sociedades modernas. Los Gobiernos se han preocupado sobre todo por los ataques contra las infraestructuras informáticas de sus propias burocracias, pero existen puntos vulnerables en la sociedad mucho más allá de los ordenadores oficiales.

En una carta abierta dirigida al presidente de Estados Unidos en septiembre de 2007, varios profesionales norteamericanos del sector de la defensa cibernética advertían de que "las infraestructuras críticas de Estados Unidos, en concreto la energía eléctrica, las finanzas, las telecomunicaciones, la sanidad, los transportes, el agua, la defensa e Internet, son muy vulnerables a los ataques informáticos. Es necesario actuar de manera rápida y decidida para evitar una catástrofe nacional".

Algunas perspectivas, como la de un Pearl Harbor electrónico, parecen alarmistas, pero sirven para ilustrar el traspaso de poder desde los Gobiernos centrales a los individuos. En 1941 la poderosa marina japonesa usó numerosos recursos para causar daños a miles de kilómetros de distancia. Hoy, un solo pirata que emplee software malintencionado puede provocar el caos en lugares lejanos sin que le cueste mucho.

Además, la revolución de la información permite a los individuos cometer sabotajes a una velocidad y una escala sin precedentes. Se calcula que el llamado "virus del amor", lanzado en Filipinas en 2000, ha causado daños por valor de miles de millones de dólares. Y los terroristas también pueden explotar la nueva vulnerabilidad del ciberespacio para emprender una guerra asimétrica.

En 1998, cuando EE UU presentó una queja por siete direcciones de Internet de Moscú implicadas en el robo de secretos del Pentágono y la NASA, el Gobierno ruso respondió que los números de teléfono desde los que se habían originado los ataques no estaban en funcionamiento. EE UU no pudo saber si el Gobierno ruso había participado o no. Más recientemente, en 2007, se acusó al Gobierno chino de patrocinar miles de incidentes de piratería informática contra ordenadores del Gobierno federal alemán y sistemas de la defensa y el sector privado de EE UU. Pero era difícil probar el origen de los ataques, y el Pentágono tuvo que cerrar varios de sus sistemas informáticos. En 2007, cuando el Gobierno estonio quitó una estatua de la II Guerra Mundial que conmemoraba a los muertos soviéticos, los piratas se vengaron con un costoso ataque consistente en la denegación de servicios que obstruyó el acceso de Estonia a Internet. No hubo forma de demostrar si este ataque se produjo con la ayuda del Gobierno ruso, fue un movimiento espontáneo de respuesta nacionalista o ambas cosas a la vez.

En enero de 2008, George W. Bush firmó dos órdenes presidenciales que exigían el establecimiento de un plan exhaustivo de seguridad informática y pidió 6.000 millones de dólares en las partidas de 2009 con el fin de desarrollar un sistema para proteger la seguridad cibernética nacional. El presidente electo probablemente seguirá adelante con el plan. En su campaña, Obama exigió nuevas normas sobre la seguridad informática y la resistencia física de las infraestructuras críticas, y prometió nombrar a un asesor especializado que dependerá directamente de él y será responsable de desarrollar una política y de coordinar los esfuerzos de los organismos federales.

La tarea no será fácil, porque muchas de las infraestructuras en cuestión no están bajo control directo del Gobierno estadounidense. Además, Donald Kerr, subdirector nacional de Inteligencia, habló hace poco de lo que llamó "ataques contra la cadena de suministro", en los que los piratas no sólo roban información privada sino que insertan datos y programas erróneos en el hardware y el software de las redes de comunicación; unos caballos de Troya que pueden hacer que los sistemas se vengan abajo.

Los Gobiernos pueden confiar en la disuasión contra los ataques informáticos como pueden confiar en ella contra los ataques nucleares o con otro tipo de armas. Pero la disuasión necesita que la amenaza de respuesta sea creíble para el atacante. Y eso es mucho más difícil en un mundo en el que a los Gobiernos les resulta difícil saber de dónde proceden los ataques. Aunque unas leyes internacionales que definan con más claridad los ataques informáticos y la cooperación en materia de medidas preventivas pueden ayudar, es probable que ese tipo de soluciones, de control de armas, no sea suficiente. Tampoco bastarán las medidas defensivas, como construir firewalls electrónicos y crear redundancias en sistemas delicados. Dada la enorme cantidad de incertidumbres que entran en juego, las nuevas dimensiones informáticas de la seguridad deben ser una prioridad de todos los Gobiernos.


Fuente: ElPaís.com / © Project Syndicate, 2008.
Autor: Joseph S. Nye, Jr., decano de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, fue presidente del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos y Secretario Adjunto de Defensa en el gobierno de Clinton. Autor de Soft Power: The Means to Success in World Politics.
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

+ Leer más...