EL HOMBRE CULTO DEL MAÑANA por Marcos Winocur*
No más leyendas en pantalla. Y todo será pantalla. Adiós a los libros, los periódicos y los cuadernos escolares tradicionales. Tal cual hemos despedido a las tablas de multiplicar, que debían aprenderse de memoria. Llegó la calculadora y barrió con ellas, pues bien: llegó la computadora y está ocupando nuevos y nuevos espacios, aunque el viejo Gutenberg se resiste. Es cierto, cada día se imprime más ¡y se lee menos! No voy a hablar de las horas pasadas ante la tele y juegos electrónicos, o bien viendo películas en el hogar, en relación con las horas de lectura. Simple y simbólicamente, me remito a los grafitti de los chavos en las paredes. Conservan un lejano recuerdo de la escritura, a partir de cuya línea estética, no de significado, los graffiti se improvisan. Y bien, la escritura, para los chavos, va camino de ser... un dibujo.
Habrá libros, periódicos y cuadernos escolares. Pero serán sonoros, grabaciones, audio. Sí, señor, lo digo y lo sostengo. Ya no se leerán, no, se escucharán. La vista servirá para la imagen, el oído para la palabra. Claro, hoy existen diversos tipos de ciberlibros, pero no se engañen: son una especie de despedida, ya pisando la era de imagen y sonido. El libro se conservará, y con él la palabra impresa, como archivo cifrado en lenguas muertas.
El hombre culto del mañana... pero, bien visto, tampoco lo habrá, sólo especialistas analfabetas que colonizarán el espacio exterior, fabricarán vida, nunca enfermarán y jugarán simultáneas de ajedrez en la sala de esparcimientos de la biblio... digo, de la audioteca. ¿Será un progreso o un círculo que se cierra? Ambas cosas: de las sociedades ágrafas venimos, a las sociedades ágrafas vamos.
"Hay gente que no podría vivir en un mundo sin pájaros, yo no podría vivir en un mundo sin libros"; son palabras del escritor Jorge Luis Borges, y dicen del lugar más que privilegiado de la letra impresa entre nosotros. Y dentro de ella, el libro, objeto de amor y de culto, confundido con sus contenidos, con lo que transmite y guarda en sus páginas: libro igual a ciencia, cultura, arte, letras, loisir; en una palabra, igual a conocimiento. Así fue por siglos y, en rigor, por milenios, lo escrito a mano y más tarde lo impreso mediante caracteres fijos y luego móviles, la imprenta. Precisamente, la escritura, su aparición en la historia, es uno de los hechos tomados para fijar el comienzo de las civilizaciones, hace de esto varios milenios. Fue parte de una revolución, una de las mayores que conoció el hombre.
Y como todo en este mundo, ha tocado fin, nosotros somos los testigos y los actores del cambio; de nuestras manos salen las tecnologías. Y bien, desacralizado, queda al desnudo la estricta funcionalidad del libro: instrumento de comunicación y archivo, memoria de los pueblos y de los individuos, fábrica de esos seres mitológicos que son los escritores. Todo eso hoy toca fin, ni modo. Un instrumento, una herramienta que puede ser sustituida por otra más funcional y menos gravosa para los bosques. A partir de hoy entra en vías de resolución aquel temible dilema: libro versus árbol. Seres cultos y ecológicos, amábamos a los dos pero ellos no se dejaban compartir: eran enemigos, tal vez en adelante no lo sean.
El mundo puede existir sin libros, piensan hoy los chavos contradiciendo al adusto escritor argentino, a quien, por lo demás, no conocen ni de oídas. Y agregan: "no podríamos vivir en un mundo sin tele, sin música, sin Internet, sin manejo virtual, lúdico y emocionante de juegos electrónicos, sin excluir una moto bien real, claro."
¿A poco no?
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